sábado, 10 de septiembre de 2011

Mi primer relato corto, Mundos paralelos.

Hola a todos

     Hoy presento con entusiasmo y nerviosismo mi primer relato corto, algo que llevaba muchísimos años queriendo hacer y no me atrevía, espero especialmente vuestros comentarios sean como sean, y si no tenéis tiempo de hacerlos, al menos marcar en las tres casilla que tenéis abajo de la entrada, que os ha parecido, si os gusto, os pareció interesante o no os gusto.

Espero que os guste

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     Como cada mañana me despierto temprano, este maldito dolor de cabeza no me deja dormir, abro los ojos y me quedo mirando el techo durante un buen rato, de todas maneras aquí en el campamento no hay nada que hacer hasta el toque de diana.

     Salgo a dar un paseo, busco un punto elevado desde donde poder ver el campo de batalla, observo un espectáculo dantesco, esta todo lleno de cadáveres, cuerpos inertes en el suelo húmedo por la escarcha del invierno, espero un poco, y ocurre otra vez, veo desde el horizonte acercarse una figura siniestra, vestida de un negro espectral, cuerpo delgado, y pelo largo y blanco como la nieve, después de verlo tantas veces he llegado a la conclusión de que es la muerte, se me acerca, me mira fijamente, tiene un gesto gélido, denota amargura y rabia contenida, se mantiene delante de mi durante unos minutos, y me dice algo, un susurro apenas perceptible, el cual después de haber escuchado en tantas ocasiones he podido descifrar, MALDITA GUERRA Y MALDITOS LOS QUE LA PROVOCARON, se gira y se aleja, se dirige a recoger las almas de los caídos y se las lleva consigo.

     Ni siquiera a la jefa de enfermeras, única persona con la que tengo afinidad en el campamento, una afinidad fraternal, le he comentado este hecho, ya que en cierta manera no sé si es realidad o solo está en mi cabeza, quizá me estoy volviendo loco, permanezco en la colina, mirando a un punto fijo absorto en mis pensamientos durante horas, uuff este dolor de cabeza me va a desquiciar algún día, si no lo ha hecho ya.

     El reloj marca las nueve, me voy a la enfermería a que me curen las heridas de la batalla de ayer, allí esta ella como siempre esperándome, se le nota en la cara el cansancio que supone para una mujer de pelo cano, y abundante en carnes, el atender a la tropa. Como cada día durante los quince años que dura ya está maldita guerra, me atiende amablemente, con dulzura, me limpia las heridas, me pone los apósitos, las cremas para las rozaduras, y me da la pastilla para mi eterno dolor de cabeza, mientras realiza su trabajo me cuenta las novedades en el frente, los avances o retrocesos que sufrimos en la contienda, y me da ánimos para que luche y no me deje llevar por tanta desesperación como albergo, me mira fijamente y me dice, RUBEN LUCHA POR REGRESAR OTRA VEZ A CASA.

     Quince años en el frente han hecho de mi un ser solitario, huyo de la gente, prefiero estar solo, no quiero entablar amistad con alguien, al cual, voy a ver un día con la cabeza descerrajada de un tiro del enemigo.

     Después del almuerzo se oye un ruido lejano, que poco a poco se convierte en un estruendo, ni siquiera me giro porque sé de qué se trata, llegan los camiones con carne fresca, así llamamos a los reclutas, saltan del camión y forman, después del discurso patrio que les grita el sargento, rompen filas y comienzan a pulular por el campamento, llegan con su ardor guerrero alborotando, gritando y pavoneándose de los enemigos que van a matar, procuro no acercarme  a ellos, no quiero conocerlos,  ponerles cara y sufrir en la batalla de cada tarde su perdida.

     Esta guerra se está alargando tanto que se está volviendo cíclica, nos matamos de lunes a viernes y solo por la tarde, y el fin de semana se descansa, no hay batalla, parece ser que los políticos corruptos, y con ansias de poder que la provocaron, junto con los militares de carrera, con un amplio pedigrí castrense en la familia que la respaldan, han pactado una tregua no escrita de no agresión el fin de semana y festivos, como si de un trabajo en una fábrica cualquiera se tratase, cada día entiendo menos esta guerra y los motivos que la provocaron.

     Cae la tarde y sobre la trinchera empiezan a silbar las balas, en ambos bandos la carne fresca está ansiosa de entrar en liza, y por consiguiente morir, el ruido de los cañones hace que me estalle la cabeza de dolor, apenas me muevo, no asomo la cabeza, la experiencia me dice que es mejor así, un cabo recién llegado alienta a la carne fresca a saltar de la trinchera y avanzar, veo en sus ojos el miedo, pero después de tanta demostración de ombría que habían hecho unas horas antes, no se podían echar atrás.

     Las horas pasan muy lentamente cuando uno está en el fragor de la batalla, está cayendo la noche y apenas se oyen disparos, mañana será un buen día para morir, del pelotón de carne fresca solo queda eso, carne desparramada por el suelo, El sargento grita como un poseso para reunir lo que queda de la tropa, avanzo con ellos y de repente, un zumbido, siento un impacto en mi cabeza, me mareo, pierdo el equilibrio, la vista se me nubla, quizá llego el momento de que la figura espectral se pare delante de mí y me lleve.

     Como cada mañana me despierto temprano, este maldito dolor de cabeza no me deja dormir, abro los ojos y me quedo mirando el techo durante un buen rato………..


     Don Ramiro arrodillado delante del crucifijo de su habitación termina sus oraciones, y se viste con su sotana negra, es un cura antiguo, piensa que un siervo de dios no debe de ir por la vida en vaqueros, además así disimula mejor su cuerpo huesudo, se peina su larga cabellera de color cano y se dispone a realizar sus quehaceres diarios.
Hace quince años que su hermana se vino a vivir con él, la guerra le arrebato a su marido, y a su hijo mayor, el cual no murió, pero  quedo seriamente afectado, ella se ha ocupado desde entonces de las tareas de la casa, y el de mantenerla a ella y a sus dos hijos.

     Cada mañana Don Ramiro entra en la habitación de su sobrino, se acerca a él, le mira fijamente durante unos minutos, en su rostro se adivina un gesto de amargura y rabia contenida, hoy no se puede despedir de el como lo hace todos los días, hoy no, es un día especial, el nudo que tiene en la garganta no le permite articular palabra, se vuelve y comienza a recoger del cuarto, infinidad de soldaditos desparramados por el frio suelo de la habitación, víctimas de una lucha sin cuartel que se había producido la tarde anterior, los mete en la bolsa que tiene asignada para este menester, y se los lleva de la habitación para guardarlos.

     Lucia ha terminado de hacer el desayuno a don Ramiro, su hermano tampoco  tiene mucho apetito esta mañana, así que sin probar bocado se encomienda a sus tareas cotidianas, entra en el cuarto de su hijo con una palangana, jabón, esponja, y los utensilios pertinentes para asear, y curar a su hijo, que lleva postrado en la cama quince años, mientras le unta la pomada para las rozaduras, y le pone los apósitos, le cuenta el día a día de la familia y del país, ella alberga la esperanza de que su hijo la entiende, y quiere que cuando su hijo despierte, este más o menos al día y no le sea todo demasiado extraño, aunque después de quince años cada día esa esperanza se va minando poco a poco.

     Hoy especialmente recuerda después de tanto tiempo a aquel joven fornido, altivo, osado, audaz, y demasiado atrevido, que marcho al frente a vengar a su padre, el cual le devolvieron a la semana de alistarse en estado vegetativo con una bala en la cabeza, la cual los médicos no se atrevían a extraer.

     Un ruido familiar se oye al otro lado de la calle justo después del almuerzo que apenas tocado, es el coche de Jorge su hijo menor, como cada día viene a traer a los niños para que su abuela los cuide, mientras él y su esposa trabajan por la tarde.

     Lucia recibe a sus nietos con alegría, son la única dicha de su triste existencia, aunque a sus casi sesenta años le resultan junto con su exceso de peso, su hermano, y su hijo, una carga excesiva, lo cual refleja su rostro estropeado y cansado.

     Jorge coge a los niños los cuales no paran de gritar, los pone frente a él, y alzando todavía más la voz les suelta el discurso diario, ¡ya sois mayorcitos, espero que os portéis bien, y le hagáis caso a la abuela y al tío Ramiro, acto seguido les da un besos y se marcha al trabajo.

     La abuela les prepara la merienda,  cuando la acaban le piden su bolsa preferida, la abuela que sabe dónde la esconde el tío Ramiro se la da, y salen en estampida hacia el cuarto de su tio, desde pequeños saben que el es un héroe de guerra, por tanto donde escenificar mejor sus batallas con sus soldaditos que en su habitación.

     La batalla es cruenta los atronadores gritos de los niños recreando lanzamiento de granadas, cañonazos, y tiros molestan incluso en la parte baja de la casa donde la abuela plancha la ropa, y el tío Ramiro lee las sagradas escrituras.

     Pasan las horas y anochece, Jorge regresa a por los niños, desde la planta baja les grita para que bajen, estos hacen oídos sordos, la batalla aún no ha terminado, después de  mucho gritar, sube a por ellos y los arrastra hacia el coche, atrás quedan los restos de la cruenta batalla, los soldaditos yacen abatidos por el suelo de la habitación, junto con su armamento.

     El silencio se hace de nuevo en la casa de don Ramiro, Lucia pone la cena encima de la mesa, pero ninguno de los dos come, ambos tienen la mirada perdida, después de unos minutos de mutismo a Lucia empiezan a correrle lagrimas por la cara, Ramiro las estaba esperando, hoy hace quince años que devolvieron a en este estado lo que queda de su hijo mayor, su profesión de cura hace que tenga un cierto entrenamiento para consolar almas sumidas en el dolor, aunque en este caso el dolor también está instalado en él, abraza a su hermana y compartiendo sus lágrimas le dice, no te preocupes, Dios me ha dicho que su paz está con él, y que  solo hay que mirarle la expresión de tranquilidad de su cara para saber que no sufre.

     Ambos se levantan al unísono y se dirigen a su habitación, Ramiro lo mira al pie de la cama, Lucia se hacerca más a él y le coge su mano marchita.

     Después de pedir a dios por su sobrino, la rabia y el dolor le pueden a don Ramiro, y aunque sabe que dios no le permite estos excesos, no se puede contener, y en voz baja para que Lucia no le oiga, le dice la misma frase que a diario y esta mañana la amargura no le dejo decir, MALDITA GUERRA Y MALDITOS LOS QUE LA PROVOCARON.

     Lucia sigue cogiendo su mano, con la otra le acaricia con dulzura el pelo, lo mira con ojos llorosos, y como cada día antes de abandonar la habitación  le dice, RUBEN LUCHA POR REGRESAR OTRA VEZ A CASA.

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2 comentarios :

Toñi dijo...

Pedro! Me ha gustado mucho tu relato, es un poco triste, como todas las guerras q son tristes y odiosas, pero el relato me ha emocionado...
Espero q sigas publicando mas cositas d estas, t leere con interes...
Besitos...

Pedro Borrallo dijo...

Muchas gracias por tu apoyo Toñi, me da ánimos para seguir. Este finde no puede ser, pero el próximo a ver si pedaleamos un poco. Besos

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