Como prometí en su momento, sigo aprovechándome de la gente que conozco con talento para que lo podáis disfrutar en el blog, nuevamente tenemos la oportunidad de leer un relato corto de Gerardo Dangelo, este en especial me gustó mucho porque hasta el final no te das cuenta de verdad de que es lo que pasa, aunque os parezca un poco largo de leer, hacedlo aunque sea en varias veces, pero llegar hasta el final, merece la pena de verdad, espero que os guste.
Besos y abrazos.
Recuerdos de Granada
La mañana del 13 de junio de 1998, sabía que no era una mañana más. Debía y tenía que ser especial, por lo menos distinta, diferente, emocionante o cualquier otro calificativo que se enquistara en mis pensamientos. La noche anterior mi instinto me decía que algo nuevo iba a suceder en mi vida, y la evidencia no engañaba. Ya, con las primeras luces del alba, inspiré profundamente como para arrebatarle al paisaje todo el aire fresco de un solo tirón, que por esas horas se apeaba por la vega.
Conforme el sol levantaba sus brazos estirándolos por el Este, yo y mis once compañeros de aventura nos fuimos reuniendo mansamente a esperar que vinieran por nosotros, por que de eso se trataba, aquella mañana especial, esperar el inminente viaje a una bella ciudad andaluza de nombre Granada, igual que el fruto, que en más de una oportunidad habíamos catado por el campo en nuestras andadas pacieras.
Por fin, vino el transporte, que no pecaba de lujos o armonía, aunque para la ocasión no estaba mal; eso sí, bastante caluroso, ya que a esas horas de la mañana el ardor de febo se hacía sentir. Subimos casi todos a la vez, un poco apresurados, yo más que nadie por esa ansiedad misma del viaje y la ilusión de llegar cuanto antes a esa histórica ciudad.
Comenzó la travesía, un poco incómodos cierto, por que la verdad no éramos en general lo que se dice delgados, sino lo contrario, entrados en unos cuantos kilos. Bueno, al fin y al cabo era algo normal, la buena vida campesina nos había moldeado fuertes y robustos. Durante el viaje íbamos conversando de cosas banales, como suele ser en estas ocasiones pero sin dejar de otear los olivares y las serranías que pasaban en ráfagas ante nuestros ojos. Yo intentaba gesticular palabras coherentes pero la ilusión y la ansiedad del arribo no me lo permitían demasiado, además no tenía idea del tiempo que tardaríamos por que era algo que nunca me había quitado el sueño, pero ahora pensaba en ello y mi ansiedad aumentaba. Al fin, después de dura marcha y persistente calor comenzamos a aminorar la velocidad y a desviarnos de la vía principal, por lo que advertí que el destino estaba muy cerca, tanto así como mis expectativas que hicieron relumbrar las negras pupilas de mis ojos. Granada estaba cerca, la mañana se ponía más especial que nunca y ya vislumbraba sus primeros caseríos. En breves minutos estábamos en un atolladero multicolor que nos rodeaba y nos hacía avanzar muy lentos, hasta que recuperamos un poco el paso y continuamos introduciéndonos en vericuetas calles. Todos mirábamos atónitos aquel espectáculo urbano, casi sin comprenderlo y es que en el fondo no lo comprendíamos, pero manteníamos la vista fija al exterior, sin musitar palabras, solo se oía nuestra fuerte respiración. Después de otra breve detención y posterior movimiento nos detuvimos finalmente y todo indicaba que era nuestra primera parada, o sea nuestra primera visita a algo importante de la ciudad. Efectivamente comenzamos a descender del transporte algo cansados por el viaje pero yo más que nadie con la enorme ilusión de conocer este primer destino. Hay que decir que los modales del personal del transporte, así como de nuestros anfitriones no eran lo más destacado. Nos hicieron pasar a un recinto un poco oscuro pero al menos con un buen frescor que nos alivió el grueso sudor de nuestros cuerpos campesinos. Bueno, habíamos llegado a la ciudad andaluza, aunque la visita a este sitio se demoraba en demasía. Paciencia pedía a mis colegas de ruta, excusándome en que seguramente existiría algún inconveniente de organización. Al menos, el correspondiente menú veraniego no faltó e hizo más amena la espera.
Después de convivir con la figura dilatada del siempre tirano tiempo y apaciguar nuestros ánimos dándonos pequeños rodeos por el recinto, comenzamos a escuchar una especie de jaleo de voces que iban en aumento y que venían del exterior, más precisamente desde donde los rayos solares se filtraban por las diminutas ventanillas. Nos preguntábamos mirándonos unos a otros que sería ese vocifero e intentamos acercarnos a las rendijas pero sin remedio de alcanzar a ver algo. Ya la impaciencia se nos calaba por la piel, por que a estas horas comenzaba a ser injusto que si allí fuera había fiesta, a que esperaban estos señores que tan maleducadamente nos habían metido aquí dentro y sin decirnos ni una palabra. Estar en Granada y no participar de nuestro primer jolgorio nos estaba poniendo de mal humor. A continuación del griterío sonaron en el aire una especie de silbatos algo estruendosos. Esto nos puso más cabreados, y yo más que nadie ya combinaba el enfado con la desilusión. Haber hecho semejante viaje, estar aquí esperando y aún no haber disfrutado de este primer destino era algo poco menos que dramático.
Sin embargo, casi al momento llegaron estos señores anfitriones e invitaron a uno de mis compañeros de nombre Jacinto a pasar a otro sector del recinto; supuestamente comenzaba la visita y ya de por sí la expectativa se disparó inmediatamente. Todos pendientes de este primer privilegiado, pero al mismo tiempo se nos planteaba el interrogante de por qué no nos llevaban al paseo a todos juntos. Bueno, nos resignamos a la organización del evento, de todas formas íbamos a salir todos. Una vez saliera Jacinto, al instante el vocerío aumentó grandemente, e iba alternándose como en una especie de ola musical. Vaya, pensé en mis adentros, que bien se lo está pasando ya este tío. Aplausos rotundos daban paso a las voces y nosotros seguíamos metidos allí sin otra información que la auditiva. Se nos iba a escapar el corazón y no veíamos el momento que Jacinto retornase y nos contara la fiesta granadina, por que evidentemente de eso se trataba, habíamos llegado por vez primera a Granada y nos recibían con semejante fiesta. Pasaron unos minutos pero Jacinto no regresó hacia nosotros, seguramente pensé, lo habrían derivado a otra sala donde continuaría el servicio. Vinieron nuevamente los señores anfitriones y esta vez el invitado de lujo era Eustaquio, viejo compañero de largas charlas a la vera del río que atravesaba nuestro campo. La historia se repetía, voces, silbatos, olas musicales, una auténtica celebración. Pero Eustaquio, por supuesto no volvió a nuestro recinto, obviamente seguía los pasos de Jacinto, así que para el resto todo era una verdadera sorpresa. Yo, más que nadie sudaba nervios y emoción y a ver si ahora era el nuevo elegido para incorporarme a la diversión. Efectivamente fui el convocado, me acompañaron estos señores anfitriones que seguían a pesar de todo no con buenos modales, pero eso era ya una nimiedad en comparación a lo que vendría.
En cuanto me dirigía hacia el famoso destino donde se había montado la fiesta por un pasillo aledaño, de por sí bastante estrecho, tanto que pasaba solo yo mismo, sorpresivamente sentí una especie de pinchazo en la espalda, como si alguien o algo se me hubiera clavado sin avisarme nada. Esto por lógica me disgustó de momento y me hizo apresurar el paso tanto que casi eché a correr sin darme cuenta. Todo fue un instante, pero ya estaba allí y ¿qué era lo que se presentaba ante mí? Intenté sintetizar en unos segundos la escenografía circundante. El edificio era muy similar en todo su recorrido, de tal modo que donde había comenzado mi visión terminaba en la misma forma luego del derrotero. Al aire libre, muchísimo calor y con un suelo de pura tierra amarillenta. Y el vocerío que daba rienda suelta a su caudal, así como los silbatos. Bueno, pensé, no está mal aunque participar del evento bajo el implacable sol y el dolor del pinchazo dorsal ya me ponía nuevamente un poco molesto, por no decir cabreado. Nunca tuve sinceramente un buen genio.
Me sentía muy agitado, la expectativa de conocer Granada, este primer destino, la larga espera, la inquietud por la sorpresa, el calor y el traicionero pinchazo que aún no sabía que lo había provocado, me habían puesto en un estado un poco alterado pero debía
tranquilizarme por que era mi hora de fiesta y allí estaba yo, en mitad del espectáculo para disfrutar de este día que había comenzado con esa mañana especial.
Pues bien, en pleno jubileo noté hacia mi izquierda que algo con intensos colores se movía lentamente, lo cual hizo que volcara mi atención hacia ello, pero no pude distinguir muy bien que era dada la cortedad visual que me aquejaba. Ahora, hacia mi derecha aparecía otro movimiento multicolor, no tardé en girar la cabeza y adivinar entre las ondas calóricas del tórrido ambiente que una especie de personaje venía a mi encuentro. Como por afinidad de movimientos fui hacia él, pero éste se hizo a un lado casi con timidez. No comprendí muy bien el acto, pero supuse que formaba parte de la organización. No quería aparentar que estaba un poco desorientado, pero ciertamente no sabía muy bien de que iba la cuestión. A continuación, mientras el vocerío seguía ahora un poco más leve, otro personaje también de raudos colores comenzó a correr por lo que yo consideraba la pista de baile, si bien, no hacia mi dirección sino en otro sentido y pretendía o me invitaba a seguirle o a perseguirle en su defecto. Así lo hice, claro, no iba a hacer el tonto una vez que la fiesta había comenzado. Sin embargo en cuanto llegué a él, otra vez sin darme cuenta sentí otro pinchazo por la espalda, y esta vez mucho más doloroso. Apreté los dientes con fuerza para soportarlo y al mismo tiempo la incomprensión de la naturaleza agresiva no cabía en mi mente. ¡Vaya fiesta!, parece combinarse el dolor y el placer en un mismo valor, no pensé otra cosa.
No habíame repuesto de esta pasada, cuando otro personaje colorido realizó la misma carrera y por ende seguí sus pasos y nuevamente en cuanto se me acercó se repitió el fuerte pinchazo por detrás. A estas alturas ya estaba francamente enfadado, sediento y decepcionado con tanto despliegue del supuesto baile, si al final todos se apartaban y por si fuera poco la espalda me dolía a raudales, incluso creía advertir que sangraba. Indudablemente la fiestecilla recorría los ribetes del morbo pero debía seguir pues la ilusión de estar en Granada todavía estaba por encima de todo.
Sonaron otra vez los estruendosos silbatos, y ahora tenía frente a mí a un personaje como encima de otro de mayor tamaño, la invitación a que le siguiera no se hizo esperar, pero éste no era la excepción a la regla, en cuanto me acerqué me apartó inmediatamente con una especie de vara. ¿A qué jugaban en definitiva estos seres? ¿Para qué incursionaban en la fiesta si después no querían saber nada conmigo? Eso sí, sus vestimentas me llamaba mucho la atención, no solo por sus colores, sino además por un cierto manto que no dejaban de airear. Finalmente se acerca hasta mí, otro de estos personajes y todo indica que éste sí quiere participar conmigo, voy hacia él y se aparta, me arrimo nuevamente y se aparta, y así sucesivamente, entonces comprendí que allí estaba el secreto del baile. Yo iba y él salía, y una y otra vez y el vocerío crecía y crecía, y él aireaba su manto a la candidez de la tarde y estábamos dando un vaivén digno de estilo y elegancia. Estaba yo un poco cansado, por no decir debilitado con tanto movimiento cuando este personaje se queda tieso y frío como la escarcha del invierno. No podía mirarlo bien, no sabía cuál sería su próxima salida y allí estuve expectante y silencioso por unos segundos, agotado y con algo de sangre en mi boca sin saber muy bien por qué. Y fue terrible el dolor, pues un nuevo pinchazo me recorría la espalda hacia el interior de mi ser casi como un rayo fulminante cayendo de punta a tierra. Una vez más me pregunté a que se debía la virulencia del momento ¿Pero esto, es baile o sufrimiento? ¿Dónde está el sentido de esta fiesta? No pude seguir cuestionándome mucho más, pues el dolor era muy intenso e incluso ya se me aflojaban las piernas, la respiración se me puso incontrolable, y una abrupta oscuridad me iba segando la poca comprensión visual que tenía. No sé que pasó luego, solo recuerdo que la noche y el silencio se adentraron en mi alma y ni siquiera mi memoria pudo retener los momentos posteriores...
Yo, Tiburcio, toro de Lidia de la provincia de Huelva, que he cumplido mi sueño de conocer Granada y he escrito estas líneas en un recinto lleno de nubes y personajes alados quiero dedicar este relato a Borreguito, mi hijo, que seguramente estará por estas horas en alguna fiesta granadina y decirle con orgullo que no renuncie a bailar, aunque esto implique cierto dolor, por que según parece esto es el alma de la fiesta...
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