sábado, 13 de noviembre de 2010

Relatos cortos de Gerardo Dangelo, KULELE

Como soy un negado para cualquier disciplina artística, voy a recurrir a los amigos que tengo para que ellos que si son unos artistas le den una nota cultural al blog, en esta ocasión comenzamos con un relato corto de Gerardo Dangelo incluido en su libro incidencias de juego, libro del que solo se hicieron dos ejemplares, uno lo tiene él y otro tubo la deferencia de regalárselo a mi señora, Belen, por su cumpleaños, gesto por el cual le estaremos ambos agradecidos por siempre.

Kulele

La vida del pueblo era sumamente tranquila, como es generalmente en la mayoría de los pueblos pequeños, donde la charla fácil por sus calles, sus mercados y rincones adornados de sol y sombra florece innata de las bocas arrugadas y memoriosas de sus habitantes. El ajetreo que murmuraba los sones de aire fresco se dejaba percibir sobre todo por las mañanas cuando las viejecillas y señoras de la casa salían entusiasmadas a realizar sus compras, visitando las pocas tiendas  y deseosas de intercambiar cotilleos de amplia diversidad. El campanario de la ancestral iglesia sacudía con fuerza el vástago pesado dando el anuncio de la primera misa, madrugadora, como el rápido arrendajo batiendo alas por encima del tejado, con rumbo al encinar. El casco histórico del pueblo conservaba la tradicional arquitectura andaluza, con encalado en las fachadas, la teja cocida en las techumbres, y rejas de forja en las ventanas. Paredes blancas y arrugadas en muchas de las casas que subían o bajaban la dirección de las callejuelas iluminadas con fulgor por los brazos de Febo, completaban el paisaje urbano.
Don Antonio, vecino del lugar desde que su madre le parió, comprobó el aire de las ruedas de su bicicleta, añeja y quejosa pero con ansias de seguir prestándole servicio. Se montó como todas las mañanas y fue bajando la cuesta de la calle Oficios, pedaleando con parsimonia pero seguro, con la frente altiva y erecto sobre el asiento como un muñeco de madera. Sobre la marcha, un par de saludos a Don Enrique y a Francisco el ciego, que ya se había apostado con su ristra de loterías de la ONCE, a la vera del bar de Manolo.
Don Antonio tenía una pequeña haza en las afueras del pueblo, que como tantos otros vecinos le hincaban las manos a la tierra fértil, que no era mucha, para arrancarle al tiempo necesario, habas, pimientos, tomates, cebollas, patatas y algunas que otras sandías. Ya había pasado el humilladero donde una pequeña cruz de madera de pino, permanecía tiesa y vigilante al paso del viajero. El camino de tierra pedreguzca transcurría a la margen izquierda del río, flanqueado por hileras de álamos y chopos. Más allá, continuando con el incesante bamboleo del fiel biciclo, se habría una zona más húmeda surcada de juncos y mastranzos. La trocha del sendero, ya un poco empinado se hacía mas estrecha bordeada de plantas aromáticas y aulagas. Levantando la vista asomaban a lo lejos las cumbres aún nevadas de las sierras altas. Faltaba poco para que Don Antonio arribara a su terreno de cultivos, cuando pasando un rellano de romeros y tomillos, a unos doscientos metros, por detrás de unos pinos resineros, le pareció que algo se movía pero su maltratada vista no pudo distinguir de principio. Con el sigiloso andar que ya traía desde el pueblo se aproximó un poco más y pudo verlo orinando en el tronco más amplio del grupo de pinos. Era un negro alto, corpulento, con la piel oscura como la noche, una camisa blanca enfatizaba aun más el contraste, y sus pantalones rotosos indicaban que vendría de alguna travesía no precisamente sosiega.
Don Antonio, le aplicó los frenos a su transporte, preguntándole enseguida que andaba haciendo por allí. El negrillo, en un español casi inentendible le dijo que buscaba trabajo. Que había llegado hacía pocos días del otro lado del Mediterráneo y que un camión lo había traído hasta ese lugar, pero un poco desorientado se había bajado en mitad de la autovía y estaba perdido. Viendo la cara de susto del pobre diablo, andrajoso y mal encaminado, el viejo se lo llevó para su haza, donde tenía montada una pequeña chabola que le servía de refugio para guardar semillas, herramientas, traperíos y agua. Le dio de inmediato un par de naranjas y manzanas guardadas en una bolsa de plástico escondidas en el cajón de una pequeña mesita harapienta, ubicada en mitad de la choza. El negrillo devoró como un león hambriento las redondeses de aquellas frutas casi hasta meterse una dentellada en los dedos.
-¿Así que buscas trabajo? –preguntó Don Antonio- ¿ y que sabes hacer?
-Yo ser fubolista- dijo el negrillo, muy seguro de sí mismo y con el verbo infinitivo.
-¿Futbolista? –inquirió nuevamente Don Antonio-. Pues la llevas clara, sabes.
Después que el sorpresivo huésped diera rienda suelta a su apetito, Don Antonio se preguntó que iba a hacer con este hombre. Podía dar aviso a los civiles que se encargarían de él, o bien echarle un cable y llevarlo al pueblo, a ver si le conseguía alguna chapuza, como para que fuera integrándose e intentara una nueva vida en estas tierras. Se lo pensó un par de minutos, mirándolo de reojo, mientras el negrillo permanecía de pie dentro de la choza, sin decir palabra y expectante como una fiera salvaje. El viejo, se apartó un momento y dirigiéndose al rincón de las herramientas, cogió una hoz sosteniéndola con firmeza. Al negro se le abrieron aún más sus ojos azabaches adoptando un gesto de alerta.
-Mira, quédate sentao aquí un rato. Yo haré mis tareas en la haza y luego iremo’ al pueblo.
El africano se quedó quietesito, mudo y sigiloso, observando como Don Antonio se calzaba unos dediles de cuero duro, para protegerse las manos antes de sesgar las malezas que atacaban el terreno por los lados. Un rato después le echaba mano a los tomates que habían crecido grandes y rojizos. El negrillo, con el cuerpo más en forma y entrando en confianza se levantó de la silla de madera y no dudó en ponerse a la par de Don Antonio a recoger tomates. Era una señal de agradecimiento por la atención que le había dado el andaluz. Echaron la jornada mañanera llenando bolsas de tomate que guardaban en la chabola. Así una tras otras juntaron cinco de éstas que acomodaron en otro rincón. Poco antes del mediodía, cuando ya apetecía tomarse unas cañitas en el bar de Manolo, el viejo y el negrillo terminaron los últimos menesteres y emprendieron camino del pueblo. Uno en su bicicleta y el otro a su lado un poco mas atrás se iban contando cosas como dos buenos colegas, claro que las palabras del subsahariano eran más cortadas y escuetas.
Una media hora después, ingresaron al pueblo que ya estaba bastante movido a esas alturas. La cara de sorpresa de algunos vecinos no se hizo esperar. ¿ Que hacía Don Antonio acompañado por aquel negrillo de oscuras pieles? Era la pregunta obligada por supuesto. Sin embargo, el viejo se apeó de la bicicleta, dejándola descansar sobre la pared del bar y se metió con su compadre dentro sin mediar palabras. Las dos cañas, acompañadas por un platillo de patatas fritas y atún chorreante de aceite de oliva, le parecieron al africano un manjar. Manolo, el dueño, con sonrisa preguntona no esperó más y ya quiso saber sobre el nuevo acompañante de Don Antonio.
-Lo encontré cerca de la haza, ya ve’, está buscando trabajo y recién llegao.
No había terminado su frase cuando aparece por el bar Don Alfonso, presidente del club del pueblo y empresario agrícola de la comarca, bien forrado claro está. Muchos años de amistad tenían por detrás Don Antonio y el presidente, incluso parecía que fuese ayer cuando compartieron el mediocampo en el equipo.
-¿Qué dice Antonio!!! –vociferó Don Alfonso, siempre con ese carácter jovial y bonachón que lo caracterizaba.-
-Pué aquí estamo’, mojando el bigote con la cervecita. ¿ Y, subimo a tercera este año?
-Claro Antonio, no lo dude, estamo apostando fuerte y con mushas ganas.
-Pué yo creo que no’ está faltando gol, ¿ no le parece Alfonso?
-Bueno, ya se sabe que eso e’ un mal endémico que tenemo desde la temporáa pasáa.
-Mire, no e’ por meterme donde no me mandan, pero puede que tenga la solución. Le presento a.......-el viejo no le había preguntado el nombre al negrillo y se quedó en el aire por unos segundos, pero el africano que era más listo de lo que parecía, pegó una voz con la boca abierta y los dientes blancos como una sábana.-
-¡ Kulele !
-Eso Kulele, siempre se me vá de la cabeza. Este e’ un 9 imparable, Don Alfonso, lo vengo siguiendo desde hace un tiempo, estaba jugando en el Macael, pero no le han renovao y ahora está libre. Pa mí e’ una oción justa pál club.
-¿Y desde cuándo anda usté viendo al Macael, Antonio? –preguntó el presidente con sonrisa sospechosa.-
-Ah, e’ que mi yerno trabaja por allá y en realidá , e él quien lo sigue, pero ya sabe usté que lo voy a visitar de tanto en tanto y cuando lo ví a Kulele, me impresionó.
Don Antonio, claro está, se había inventado toda aquella historia, no la del yerno que era cierta, pero lo de Kulele...Todo sea por echarle una mano al negrillo, como había recordado que unas horas antes le dijo que era futbolista, pues por ese lado tal vez tuviera suerte, aunque sin saber por cierto si el africano le había mentido.
Don  Alfonso se lo quedó mirando al negro sin írsele la sonrisa de su enorme cabeza, le dio un bocado más a la patata amarilla que tenía en su mano..
-Bueno, tiene físico el joven, nos puede venir bien. ¿ Te apetece Kulele venirte mañana a las nueve a entrenar?. Antonio te va a decir donde está el campo.
A Kulele no le cabía la boca en la cara, mientras apretaba la mano del presidente a punto de estrujársela con su fuerza.
Don Antonio, que sin querer se había convertido en representante de futbolistas, lo miró al negrillo con gesto cómplice y le dijo que pasara la noche en la chabola, que luego le llevaría algo de ropa y comida.
-Bueno, Kulele, ya tienes un posible trabajillo ¿no?
-Sí, Don Antonio, yo agradecerle, pero... mire yo no ser 9, yo ser portero.
-Pero... ¿Qué pollas dice’? Lo hubiese sabido ante’. No importa, tu mañana te pone’ el 9 y le da’ al balón con fuerza, que eso no tiene misterio.
Llegaron las nueve de la mañana, Don Antonio y Kulele se apersonaron en el campo de juego. Allí estaba el Pedrito, entrenador del primer equipo que lo recibió e inmediatamente lo presentó a sus compañeros. Acto seguido y sin perdida de tiempo, Kulele ya estaba enfundado en su equipación de práctica y comenzó el partido entre titulares y suplentes. El pobre Kulele iba de un lado a otro mirando el balón como quien ve pasar un coche, sudando a mares, pero sin atinar un solo control. A Don Antonio se le empezaba a anudar la garganta, girando la cabeza hacia su diestra y su siniestra por si aparecía Don  Alfonso y la cosa se pusiese peor. El ceño fruncido del Pedrito indicaba mas que un grado de preocupación, una irreversible tendencia a suspender el entrenamiento y decirle al negrillo que se fuese a las duchas.
Por la grada de enfrente, la única que tenía el campo, desafiando el contraluz que proponía el sol, se recortaba la figura de Don Alfonso que a paso corto pero eficaz se aproximaba entusiasmado a ver el rendimiento del posible fichaje.
Don Antonio hubiese preferido que se lo tragase la tierra cuando lo veía venir. Que mala espina le daba la jornada. Kulele continuaba perdido. Pedrito ya casi se había olvidado de él y centraba sus instrucciones en el resto del equipo. En el mismo instante que Don Alfonso tocaba la raya de cal con sus zapatos nuevos comprados en la ciudad, un balón rechazado volaba por los aires sin dueño ni destino y como si nunca quisiese descender quedó así, en suspensión gravitatoria por un soplo, pero al final descendió cayendo en la bota de un expedito Kulele, quien le propinó un terrible derechazo que fue a colarse a la escuadra izquierda del atónito portero cuya tardía reacción no alcanzó a frenar el impresionante golazo del africano.
Don Alfonso, que era hombre resuelto y furtivo a la hora de las decisiones no tardó ni un instante en dirigirse al contable que venía detrás de él:
-Paquito, hágale ficha a este negrillo que yo me encargo de los papeles.
Kulele se fue adaptando paulatinamente, tanto a la vida del pueblo como a su club y sus compañeros. Su primer mes siguió siendo duro, depositando el cuerpo cansado de los entrenamientos y los partidos en la chabola de Don Antonio, por que todavía no tenía una morada un poco más digna. Pero con la primera paga, ya se instaló en una pensión encontrando al fin un colchón noble para soñar y recordar su pueblo, Tambacounda, perdido en mitad de las llanuras bajas y de tierras rojizas de Senegal. El negro era simpático, en general caía bien a todos, sin embargo su juego aún no terminaba de convencer, cosa que Don Alfonso intentaba disimular a pesar que el entrenador Pedrito le manifestara mas de una vez su disconformidad, pero Don Alfonso sabía que detrás del senegalés estaba Don Antonio y era prudente aguantarlo un poco más, a ver si por fin aparecía su olfato goleador.
Transcurrieron siete partidos, tres en casa y cuatro fuera y el africano solo contaba un gol en su haber. Las caras de Don Alfonso y Don Antonio que ya veían los partidos juntos, en el palco oficial solían mirarse con un cúmulo de preguntas y respuestas cuando llegaba el pitido final de cada encuentro. En silencio, resignados, se apartaban de la grada escuchando alguna voz de reproche de los 150 simpatizantes que solían pagar su ticket para ver el nuevo fichaje.
Pero por esas cosas del destino donde la improvisación y la fantasía echan raíces sin pedir permiso, Kulele comenzó a marcar, uno, dos, tres, goles de carambola, con torpeza, con suerte, con eficacia, todo mezclado, pero goles al fin. El equipo finalizó cuarto la campaña y por ende consiguió plaza de liguilla para ascender a tercera. A estas alturas Kulele era la nueva estrella. Nadie en el pueblo estaba ajeno al pichichi. Incluso las viejecillas más antiguas del vecindario le traían bolsas de frutas y dulces cuando se instalaba en el bar de Manolo a tomarse un refresco con Don Antonio en sus ratos libres. La liguilla de ascenso no se hizo esperar. Kulele convirtió tres goles mas en los seis partidos, pero no alcanzó, quedaron a un solo punto del ascendido. Pero la satisfacción por la campaña era total desde el presidente hasta el ultimo vecino. La ilusión se había renovado y las expectativas para la próxima temporada estaban ya a flor de piel.
Unos días después de finalizar el campeonato, cuando el calor de Andalucía apedreaba los tejados rojizos del caserío con implacable bochorno, golpearon con crudeza la puerta de Don Antonio, quien sobresaltado de su siesta partió raudo a atender al desquiciado.
Era, el Joselito, un chaval forofo del equipo, que conocía la historia del africano y el viejo, y allí estaba, asustado, incrédulo, turbado y con voz entrecortada diciendo:
-¡ El Kulele se ha ido! ¡ el Kulele se ha ido!
¿ Cómo que se ha ido?-atinó a decir Don Antonio.-
-Se ha ido  y le ha dejao una nota al presi.-
-¿Y qué dice la nota, Joselito?-preguntó el viejo ya con la cara descompuesta.-
-Dice...Yo sentirlo mucho, pero debo irme, Kulele.

El frío del invierno mostraba su escarcha helada y brillante por las aceras despobladas en las primeras horas del alba.  El vaho blanquecino asomaba ascendente de las narices de los que ya levantaban sus almas para iniciar las faenas del día.
 La bicicleta de Don Antonio, permanecía tapada con una manta de color verde, adormecida, fantasmagórica, como esperando que alguien le hiciese ver la luz. Hacía ya tres años que su dueño no la llevaba hasta la haza, ni siquiera ésta existía por que Don Antonio la había vendido hacía cinco años. Ya no estaba para el pedaleo, ahora cuando mucho una vueltecita al mediodía para hacer la compra, tomarse una caña en el bar de Manolo, dormir una interminable siesta después del puchero y quedar al cafelito con Enrique y algunos mas para echar una partida de cartas. Eso sí, la costumbre de levantarse bien temprano permanecía incólume en su espíritu. Después de hacer algunas cosas en la casa y prepararse para salir bien abrigado con su chaquetón de siena, el timbrazo del portal le interrumpió la subida de la cremallera.
Era Don Miguel, el cartero del pueblo, portando una caja grande, con etiquetas multicolores, cuadrada, media plana y a su nombre. Firmó el recibo con extrañeza y sorprendido, hacía mucho tiempo que no recibía cartas, mas que las oficiales de siempre, los impuestos o la tasa del Ayuntamiento. Se dirigió al salón colocándola sobre la mesa lustrosa de nogal oscuro y pacientemente comenzó a desembalar aquel paquete con sellos postales en acento francés.
Se quedó mirando el contenido, con los ojos fijos, la boca abierta por la congestión nasal y una leve sonrisa entre nostalgia y alegría. Había una camiseta de color azul, un escudo, un llavero al tono y una pequeña banderola, todo correspondiente al Montpellier francés. Debajo de la camiseta un sobre cerrado que los dedos gruesos de Don Antonio casi no podían abrir y dentro de él una transferencia bancaria también a su nombre con unos cuantos ceros. Junto a la transferencia, unas fotografías y una nota en español:

Don Antonio, si no fuera por las naranjas y las manzanas nunca hubiese marcado tantos goles. Kulele.

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