Prácticamente dos años después de la ultima publicación en este blog, mi segundo relato corto, vuelvo a publicar y como no, un nuevo relato, el tercero ya.
Llevaba ya rondándome en la mente mucho tiempo, pero ya sea por falta de ganas, de determinación, de no encontrar el momento adecuado para escribirlo, no terminaba de plasmarlo negro sobre blanco.
Espero que os guste y como siempre espero vuestros comentarios ya sea en el blog, por las redes sociales, o por wassap, como sea, ya sabéis que me hace ilusión.
La última espera
Me miro al espejo y
le digo a ese desconocido que tengo ante mí, el cual apenas reconozco como yo mismo: ¡Vamos Frank ya llevas aquí una
semana tienes que espabilar, adáptate no te queda otra, vas a estar aquí lo que
te queda de vida!( lo cual no va a ser mucho tiempo),¡Sabes que en este
corredor de la muerte solo se sale de una manera, con los pies por delante! .
En esta milla
verde, donde la sociedad ubica a la gente que incomoda y estorba, tienes un
horario para todo. Como en el ejército: horario para dormir (aunque repasando
mi vida mis ojos no se quieran cerrar),
horario para despertar. Justo en ese momento cuando me vence el sueño, después
de una larga noche purgando la poca conciencia que me queda, horario para
comer, rancho insípido que seguro que a algún imbécil se la ha ocurrido que es
sano para mí. No quiero comer sano, estoy sentenciado, tengo los días contados,
deberían saber que a los gladiadores se les daba una copiosa comida antes de
morir.
Mientras termino
con el desayuno vuelve de nuevo a mi mente la misma frase martilleante: ¡ Espabila
y adáptate!. Así que hoy va a ser el primer día que voy a ir a la sala de estar, llevo toda la semana solo,
recluido y aislado en mí mismo. Esta
semana se me ha hecho infinita y desesperante.
Es mejor no
hablar con nadie, todos están sentenciados, si entablas amistad con alguien al
día siguiente puede que no esté, ya sufro bastante con estar recluido aquí y con la angustia de no saber que día me
tocará a mi ser el que dé el paseíllo. Leer el periódico es una buena opción para
matar el tiempo, me ubico en un sofá y me abstraigo de la gente que me rodea,
tienen aspecto de borregos que esperan impasibles la hora de su sacrificio,
supongo que yo también tendré el mismo aspecto. Estoy hojeando las páginas
deportivas cuando se sienta delante de mí un joven con un tipo extremadamente
delgado, ojos hundidos, frente despejada, pelo largo y lechoso y voz de
ultratumba, un extra perfecto para una de esas películas de zombis que tanto
están de moda. El joven saca una grabadora y le pregunta algo, es apenas un susurro imperceptible que no llego a entender, así que afino el oído,
y gracias a la voz ronca y potente del tipo logro escuchar su respuesta. Retrepado
para atrás, con un gesto altivo y chulesco de quien lo ha hecho todo en la vida
le dice: ¡Chico si eres bueno en lo tuyo llega un momento en el que puedes
elegir que trabajos quieres hacer y
cuáles no!. Al principio cualquier encargo valía, había que pagar las facturas,
pero cuando coges fama te pagan mucha pasta y el trabajo no te falta. Te
vuelves selectivo, no me gustaba oírles
gritar como nenazas. En cuanto empezaban a derramar sangre, chillaban e imploraban
que acabara pronto con ellos, así que decidí solo aceptar encargos de tipos
duros, los cuales aceptaban la situación como hombres. Los despachaba pronto,
les sacaba el hueso de la clavícula, el cráneo o las cuencas de los ojos
rápidamente y sin tanto lloriqueo. Lo explicaba con la naturalidad con la que
cualquiera puede contar como corta y
degusta un trozo de un chuletón de ternera. Mientras, su interlocutor mira y
escucha sus palabras con sorprendente cara de admiración. Debe de ser un
periodista que trabaja para una de esas revistas de frikis que solo cuentan historias de asesinatos con
morbo, sangre y gilipolleces. Solo había que mirar a aquel tipo para saber que
era un psicópata, un asesino a sueldo que disfrutaba descuartizando gente. Le brillaban los ojos contándolo orgulloso de
su trabajo.
Me levanto y me
voy a mi cama, no quiero seguir escuchando a este tipo, pero no puedo dormir, me
ha puesto nervioso, me lo imagino torturando a pobres infelices y recreándose en ello. Pienso en como he
podido yo acabar en el mismo sitio que este energúmeno, pero esa pequeña e
insignificante conciencia que me queda me da la respuesta. ¿Acaso yo era mejor
que él? . Yo también destroce a mucha gente, era implacable, no tenía la más
mínima piedad con ellas, no discriminaba entre ricos ni pobres, blancos o
negros, pero, a diferencia de este tipo, mi trabajo consistía en ajustarle las
cuentas a delincuentes, a gente que estaban al margen de la ley, gente que se pasaba de lista y que pagaban por
ello, yo nunca toque a un inocente. No hacia excepciones, no aceptaba sobornos
ni llantos para salvarlos del castigo: ¡ Si la haces la pagas!. En mi oficio
las cosas funcionaban así.
Quizás estoy aquí
porque la vida ha sido tan implacable conmigo como yo lo fui con la gente en mi
trabajo, la he hecho, y ahora la estoy pagando yo también, nadie se va de esta
vida de rositas.
Llevo dos días
leyendo el periódico y mirando de reojo el sofá de enfrente, pero está vacío, ¡mejor
así!, ese tipo me da escalofríos, me quita el sueño. Siempre he alardeado de
captar la esencia de las personas a primera vista y este tipo me pareció un desalmado, lo calé en
cuanto lo vi. Al llegar a la contraportada me quedo estupefacto, aparece la
fotografía del desalmado, mis ojos se clavan en la noticia y balbuceando leo el
titular: “Muere en la residencia de ancianos de Aspen, Jhon Parker, el
mundialmente famoso tatuador de los esqueletos de Iron Maiden”. Veo que mi
instinto, ese que me llevo a ser el más sagaz inspector de hacienda, está tan viejo y
decrepito como yo, puede que sea el próximo que salga en las esquelas, solo me
queda esperar mi turno encerrado en este asilo.